Adiós al soft power de EEUU
Por Lily Peñaranda
En diecinueve (19) días, Donald J. Trump desmanteló siete (7) décadas de Política Exterior que permitieron a Estados Unidos diseñar el orden mundial y ser el hegemón global.
En la década de 1950, Estados Unidos introdujo una nueva estrategia de política exterior utilizando como campo de pruebas países como Bolivia. Esta nueva estrategia consistía en ofrecer ayuda al desarrollo a cambio de concesiones políticas y económicas que favorecieran el nuevo orden mundial y los intereses de ese nuevo gran hegemón en términos comerciales y económicos.
¿Cuál fue la hermenéutica de la nueva estrategia?
La Ley de Desarrollo y Asistencia al Comercio Agrícola de 1954 , o Ley Pública 83-480, tenía como propósito: "... expandir el comercio internacional entre los Estados Unidos y las naciones amigas, facilitar la convertibilidad de la moneda, promover la estabilidad económica de la agricultura estadounidense y el bienestar nacional, hacer un uso máximo y eficiente de los excedentes de productos agrícolas en apoyo de la política exterior de los Estados Unidos,…"pagar las obligaciones de los Estados Unidos en el exterior, promover la fuerza colectiva y fomentar de otras maneras la política exterior de los Estados Unidos".
La Ley para promover la política exterior, la seguridad y el bienestar general de los Estados Unidos ayudando a los pueblos del mundo en sus esfuerzos por lograr el desarrollo económico y social y la seguridad interna y externa, y para otros fines, también conocida como la Ley de Asistencia Extranjera de 1961, o Ley Pública 87-195, crea la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional o USAID para ejecutar la política.
Estas son dos de muchas leyes que manifestaron de forma transparente y clara una estrategia de Política Exterior que ofrecía ayuda económica, alimentaria o técnica a cambio de concesiones como la eliminación de comunistas de cargos gubernamentales, leyes favorables a los inversionistas estadounidenses o una cartera de préstamos con tasas interesantes para los bancos estadounidenses y de Bretton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional).
Durante el período inicial de pruebas en Bolivia, entre abril de 1952 y fines de 1953, la estrategia no garantizaba resultados; sin embargo, en 1954 el Departamento de Estado estaba seguro de que la nueva estrategia de política exterior funcionaba.
Un informe de inteligencia emitido por el Departamento de Estado de los Estados Unidos el 19 de marzo de 1954 concluye que: "Cuando el MNR llegó al poder por primera vez, las exigencias políticas internas y su incertidumbre en cuanto a las intenciones de los Estados Unidos lo hicieron bastante crítico de los Estados Unidos. Sin embargo, como resultado de la posterior ayuda estadounidense y la actitud tolerante de los Estados Unidos hacia el régimen, el MNR se ha vuelto cada vez más pro-EE.UU. en su perspectiva y ha tomado la posición de que los intereses de Bolivia se servirán mejor cooperando con los Estados Unidos".
Este informe se refiere al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el partido político revolucionario que en abril de 1952 barrió a los oligarcas del estaño de la esfera política y económica de Bolivia, incluida la élite política pro estadounidense que financiaron durante décadas. (Lea El paradigma del desarrollo internacional y el proceso de desarrollo de Bolivia 1952–2022 para más detalles).
Se requieren más investigaciones para determinar si esta nueva estrategia de política exterior se puso a prueba en otros países simultáneamente. Sin embargo, no es casualidad que la Ley de Desarrollo y Asistencia al Comercio Agrícola de 1954 (Ley Pública 83-480) se promulgara cuatro meses después del informe.
Sin lugar a dudas, el precursor de esta estrategia fue el Plan Marshall, que jugó un papel crucial en la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial.
Un aspecto destacable en el ámbito internacional es que Estados Unidos ha influido eficazmente en otros actores para que cumplan con sus objetivos sin recurrir a la fuerza, sino más bien a través del condicionamiento estratégico. Este enfoque ejemplifica una Política Exterior exitosa y una estrategia eficiente de acumulación de poder. El concepto de "poder blando" adquiere así importancia en la Política Exterior.
Durante 70 años, Estados Unidos lideró esta estrategia, inspirando a las instituciones de Bretton Woods y a otras grandes y medianas potencias occidentales a hacer lo mismo.
La estrategia empezó a perder eficacia cuando George W. Bush decidió no acatar la decisión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de no invadir Irak en 2003, tras el conflicto en Afganistán en 2001. Se trató de la primera instancia en que el principal arquitecto de las normas internacionales no se adhirió a las directivas del sistema de gobernanza global que había establecido y dirigido durante muchos años. Irak y Afganistán significan el paso inicial en el abandono de la estrategia de poder blando y de los principios de la política exterior basados en un esquema de gobernanza global relativamente ordenado, institucionalizado por principios condicionantes.
Estos errores redujeron la hegemonía y el poder de Estados Unidos, lo que provocó un cambio radical en la política internacional y el descrédito de las Naciones Unidas. Además, la crisis financiera de 2008, que derivó en una desaceleración económica mundial, afectó negativamente a la estrategia de política exterior basada en condiciones, debido a la reducción de la financiación. La falta de un objetivo sólido para la USAID y su ineficiencia actual son una prueba contundente de ello.
En diciembre de 2019, Donald J. Trump promulgó la Ley de Asignaciones Consolidadas Adicionales de 2020, o Ley Pública 116-94. El Título V incluye la Ley de Fragilidad Global de 2019, que tiene como objetivo ejecutar: "... la política de los Estados Unidos de buscar estabilizar las áreas afectadas por conflictos y prevenir la violencia y la fragilidad a nivel mundial, incluyendo... mejorar la eficacia de los programas y actividades de asistencia exterior de los Estados Unidos para llevar a cabo dicha política,... contribuir a la estabilización de las áreas afectadas por conflictos, abordar la fragilidad global y fortalecer la capacidad de los Estados Unidos para ser un líder eficaz de los esfuerzos internacionales para prevenir el extremismo y los conflictos violentos".
Este enfoque de la ayuda exterior difiere marcadamente del enfoque anterior, que utilizaba programas de ayuda exterior para promover los intereses estadounidenses en el mundo. En cambio, esta nueva ley se centra en la prevención de conflictos globales para restablecer a Estados Unidos como un líder global eficaz. Ignora la estrategia basada en la condicionalidad a cambio de concesiones políticas y económicas para promover los intereses estadounidenses en el exterior. Ignora las estrategias de poder blando en general. Por lo tanto, se puede inferir que los responsables de las políticas estadounidenses del siglo XXI ignoran el papel que desempeñaron la USAID y la ayuda exterior para hacer de Estados Unidos un país "grande".
Durante la administración de Joe Biden, la ejecución de esta ley fue un fracaso debido a la excesiva burocratización y la financiación insuficiente del programa. Dado el rotundo fracaso de los esfuerzos por reorientar la otrora exitosa estrategia de política exterior que promovía los intereses estadounidenses, no es de extrañar que a partir de 2019 estallaran importantes conflictos interestatales, como el de Ucrania contra Rusia y el de Israel contra Palestina.
Con nuevos actores globales y un equilibrio de poder cada vez más inclinado a favor de China, Trump decide tirar a la basura lo que quedaba de setenta (70) años de estrategia de Política Exterior en diecinueve (19) días. Si bien George W. Bush ya había debilitado el modelo, Obama y Biden no hicieron nada para restaurarlo, pero tampoco lo desmantelaron. Lo poco que Donald J. Trump logró hacer al promulgar la Ley de Fragilidad Global no sirvió para reconducir el modelo.
En su actual mandato, Trump decidió finalmente desmantelar lo que quedaba de la USAID y el cadáver de la política exterior basada en la asistencia internacional, y recurrió a la coerción comercial directa y frontal. México, Canadá y China son los primeros objetivos de esta nueva estrategia de política exterior. Aunque la guerra comercial con China comenzó durante el primer mandato de Trump, ahora ha escalado hasta convertirse en una estrategia principal de Estados Unidos.
La poca sofisticación y el alto nivel de improvisación hacen que sus resultados a largo plazo sean impredecibles. Lo ideal es que se puedan predecir los resultados de una estrategia de política exterior cuidadosamente diseñada y probada. Es difícil saber cuál será el resultado si se omiten los procesos de prueba con actores de bajo impacto en la política internacional. México, Canadá y China son peces gordos y las consecuencias, cualesquiera que sean, son significativas.
La coerción frontal no es garantía de éxito, se la puede ignorar o, en el peor de los casos, contrarrestar con violencia. Especialmente en lo que respecta a China, un actor de la política internacional con un ejército en constante crecimiento y desarrollo, capaz de enfrentarse al otrora único hegemón mundial.
Existe la posibilidad de que Estados Unidos recupere algo de poder en el equilibrio internacional y recupere su papel de perro guardián. A pesar de ello, ya no será el único hegemón. Cuando la Unión Soviética era su mayor problema, no se comparaba con la capacidad actual de China.
Para Bolivia, este cambio sólo genera incertidumbre y ninguna garantía de estabilidad en las relaciones diplomáticas con el gigante estadounidense. Como Bolivia es altamente dependiente de la cooperación para el desarrollo, el peligro es que el desmantelamiento de USAID pueda desencadenar una reacción en cadena en los países europeos que utilizan el mismo mecanismo para promover sus intereses. A diferencia de USAID, las agencias de cooperación europeas trabajan en Bolivia, inyectando fondos muy necesarios para proyectos relacionados principalmente con el medio ambiente, políticas de género y otros.
Además, los políticos de derecha latinoamericanos y la sociedad civil en general apostaron a que la administración Trump se deshiciera de Nicolás Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua, el gobierno del MAS en Bolivia y otros proyectos socialistas en la región, lo que explica en gran medida el voto latino masivo por Trump durante las últimas elecciones generales. El hecho es que a Donald J. Trump no podría importarle menos. El patio trasero de Estados Unidos no es una prioridad para Washington en este momento. Los migrantes son un problema que Trump desea sacar de su pelo, pero las consecuencias altamente desestabilizadoras de tales políticas antiinmigratorias, para América Latina, no son una preocupación para su administración. Con el cambio de una Política Exterior basada en la asistencia extranjera a una estrategia de coerción frontal, la política global contra la pobreza queda eliminada como mecanismo para controlar la migración in situ. Esta y otras consecuencias del cambio de política de Estados Unidos aún están por discutirse y profundizarse.
Por ahora, se puede concluir que el declive del poder blando estadounidense y el cambio hacia estrategias coercitivas bajo el gobierno de Trump marcan un momento crucial en la política global. A medida que China asciende y las alianzas tradicionales se desintegran, para países como Bolivia, que dependen de la ayuda para el desarrollo y están atrapados en el fuego cruzado de la competencia entre grandes potencias, lo que está en juego es mucho. La pregunta ya no es si Estados Unidos puede recuperar su hegemonía, sino si puede adaptarse pacíficamente a un mundo donde el poder es compartido.
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